Archivos para la categoría: Cuentos y Leyendas de la Provincia

>Corrían los primeros años de la década de 1980, cuando un sábado brumoso dirigí mis pasos hacia un barranco recóndito, dentro del L´Vall de Alcalá (Alcalá de la Jovada).

Por aquel entonces, solo había acceso desde Vall del Seta (Balones, Benimasot, Tollos) o desde la Baronía de Planes a través de Margarida.
Iba en busca de unos massos abandonados hace cuarenta años y que había leído en algún sitio que eran un buen ejemplo de lo que había sido en el pasado una explotación agrícola autárquica (autosuficiente).
Cuando llevaba unos tres kilómetros de caminata desde el pueblo (percibiendo el perfume del romero, tomillo y salvia), me salió al encuentro un pequeño pero denso carrascal.
Casi de inmediato, nada más salir del bosquecillo y con el fondo de la Sierra de Alfaro, aparecieron los altivos (a pesar de su abandono)Massos de Capaimona.

Se componían de dos casas de campo y de una capilla pequeña o ermita.
Entré en la finca por una gran puerta con su arco estilo romano. Casi todas las piedras de sillería han sido robadas. El tamaño de la puerta se debía a que animales (mulos, caballos), carros y personas entraban por el mismo lugar.
Una vez en el patio principal, vi a mi izquierda los establos y a la derecha el lugar donde se depositan los racimos de uva (aún quedaban pequeñas líneas en la argamasa, indicando cada trazo un cántaro sacado del depósito). Al fondo estaba el corral y en la parte más alta estaba el palomar. Aún resistía una vieja higuera y un aljibe que recogía el agua de lluvia.

Admirando los arcos de la ruina se podían imaginar facilmente la belleza caduca de este edificio. Era una gran masía… en la que podían vivir fácilmente dos familias con hijos y abuelos.
El tiempo ha pasado fugazmente y ya llevaba más de una hora en el lugar. Cuando ya pensaba en irme, observé unas formaciones rocosas planas con unos dibujos, como petroglifos, de formas redondas y con oquedades.

En ese momento, me sobresaltó un relámpago y al levantar la mirada descubrí junto a la puerta de la masia a un hombre mayor, de unos setenta años. Me dirijí hacia él (el camino de salida no me dejaba otra solución) y nos saludamos en mi mal valenciano (lo entiendo, pero no lo practico).
El agricultor me indicó que era de un pueblo cercano, que estaba jubilado y que de vez en cuando solía venir por aquí. Al decirme su nombre y apellidos, le indiqué que debia ser descendiente de los mallorquines que poblaron esta tierras, después de la expulsión de los moriscos. Se quedó sorprendido y enseguida me preguntó algunas cosas… hasta que cogimos un poco más de confianza. En ese momento, la lluvia arreció y nos resguardamos dentro de una sala de la casa, cigarrillos en mano y haciendo honor a la bota de vino.
En ese momento, me preguntó si conocía la historia de estos massos y, al darle mi respuesta negativa, me la contó:


«Yo conocí a la última familia que vivió aquí; el padre se llamaba Tío Sebastián y dominaba a su familia como un verdadero dictador. Su palabra era ley y sus hijos le tenían un miedo atroz. Falleció su mujer, dicen de la mala vida que la daba, y el hijo mayor abandono la hacienda, quedándose solo con su hija. A ella no la dejaba salir de la masía, ni que tuviera tratos con nadie. Esta tiranía se hizo finalmente insoportable para la hija que un día se colgó de una viga. Aún queda gente mayor en los pueblos de la contornada que se acuerda de este suicidio».
Se quedo callado de una forma extraña, como si aún no hubiera concluído su relato. Yo sólo acerté a decir «¡qué triste historia!»

A todo esto había parado de llover, nos levantamos, salimos al campo, nos despedimos y antes de iniciar su camino giró varias veces la cabeza a derecha e izquierda, como asegurándose de que estábamos solos y me dijo bajando la voz:
La història no és trista, és pitjor: ¡Se li va a penjar un fill, pero va perdre dos¡
Apenas había salido de mi asombro, cuando mi buen amigo ya desaparecía por el barranco, dejándome solo ante la viga de la entrada.


Era leyenda…, era historia real…, verdad o mito…, que más da.

En un lugar como aquel, todo es posible.
Comenzar a andar y comenzar a llover, fue todo uno.

Me alejé de allí mientras cantaba una canción de Credence Clearwater Revival: “Have you ever seen the rain”
Quiero saber si alguna vez has visto la lluvia, cayendo en un día soleado……….
Fui dejando atrás Los Massos de Capaimona.

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Cuentan que unos viajeros que estaban recorriendo España por la mitad del siglo XIX, en su camino hacia Alicante, después de haber visitado Jijona, se desviaron de su camino unas leguas al objeto de conocer la Caverna de los Canelones.

Después de admirarla y comentar entre ellos que era lo más bello que habían visto en todo su viaje, preguntaron a sus guias (dos esbeltos y ligeros mozos de Busot), si sabían algo de su historia.
Respondieron que sí, pero rehusaron relatarla allí.
Una vez fuera de aquel admirable recinto, les contaron esta historia:

Había un rico y grande señor árabe en Denia, llamado Cabeza de Oro, que tenía muchos barcos, siempre navegando en busca de niñas bonitas para su harem.
Cierto día, uno de sus bajeles apresó otro donde iba una hermosísima dama cristiana que viajaba para reunirse con su esposo, que era un noble aragonés que se hallaba en Italia, y se enamoró perdídamente de ella. Aunque agotó cuanto medios le sugirió su mal deseo, nada pudo conseguir de la honesta matrona, y ardiendo de ira, y con ayuda del diablo, que era su gran amigo, cavó esta gruta donde la encerró y dejó encantanda, colocando un gran peñasco en su entrada que solo él podía mover.

Todos los días venia Cabeza de Oro a visitar a su víctima, pero siempre se encontraba con la misma resistencia, y lloraba tanto a su perdido y amado esposo, que de sus lágrimas se formaron al cabo de los años los estanques o balsas de la cueva.

En tanto, su esposo había recorrido buscándola la mayor parte de la tierra, y guiado por la Virgen Nuestra Señora, de quien era muy devoto, llegó a esta gruta a tiempo que Cabeza de Oro se hallaba en ella.
Sin considerar lo que hacia dio con su espada en la gran roca que cerraba la entrada, y como aquella tenia la figura de la cruz, deshizo el encanto rompiéndose la peña en dos pedazos y uno de ellos cogió debajo al maldecido moro, cuyo nombre se dio al monte.

Los dos fieles ya reunidos se dirigieron a su país, hicieron vida santa y se fueron al cielo.
Amen
fotos: MARBLENET

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Marina

Desde la carretera que pasa á la izquierda del pueblo , nadie sospecharía que el mar está allí mismo, tocando con la mano. Limitan el horizonte, por aquella parte , las casas , de un solo piso, blancas y grises, sobre cuyos tejados se levanta el mezquino campanario de la iglesia, que destaca bajo sus tres arcos la negra mancha de tres miserables esquilas. Algunas palmeras ostentan, aquí y allá, su copo de verdes ramas y los mazos anaranjados que sostienen el fruto ; á veces , entre casa y casa , se descubren los campos dorados ó verdes , según la estación, y sobre la mies el ramaje de olivos , de algarrobos y almendros . Pero nada más. El mar, aquel mar azul que parece un lago visto desde lo alto de la cercana cuesta, según el camino va ascendiendo á la montaña , ha desaparecido, y como el día esté en calma , lo cual es muy frecuente, ni el más leve ruido denuncia al Mediterráneo, que baña en ondas suaves la arena y las piedrecillas de colores de la playa á cosa de un kilómetro de caserío.

Pero cuando la diligencia sube al trote rápido de sus seis mulas, mojadas en sudor, la pendiente abierta sobre las primeras colinas de la serranía, levantando una polvareda asfixiante de aquella caliza que se desmenuza al menor choque y cuyo tacto abrasador hace pensar en las tierras africanas, entonces descórrese de pronto el horizonte de la derecha , y allá bajo chispea á los rayos del sol la superficie curva del mar, casi siempre sereno, como una aguada de azul y blanco. La línea de la costa tiene una regularidad que le comunica , en medio de su sencillez,, cierta grandeza . Extiéndese en curva, apenas rota por tal ó cual seno poco profundo , desde la lengua de tierra que al Occidente señala la desembocadura del río , hasta el cabo que á la otra parte echa la sierra en el agua. La serenidad de la atmósfera permite que se dibujen con pureza pasmosa -la pureza casi del cielo alabadísimo de Madrid -todas las líneas; y hasta el del horizonte rara vez es brumosa, sino clara, perfecta, como alumbrada por una luz más viva que destiñe el añil del cielo hasta darle el tono de los azules desmayados, y proyecta una faja brillante sobre el lomo del mar.

Casi en el centro de la bahía que la playa forma, se abre un recodo (…)

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El tío Manauel era un agricultor acaudalado que, tenía fama de ser uno de los más ricos entre todos los labradores de la Huerta. Pero también, el más tacaño.
Aquel año, cuando amedianaba el mes de mayo, estaba contento porque tenía la mejor cosecha de trigo de toda su vida y ya soñaba, con ver los billetes que iba a cobrar de tan buena cosecha. Cuando la vendiera, ingresaría todo el dinero en el banco, pero antes, lo tendría unos días en su casa para disfrutar de él. Porque para Manauel, disfrutar del dinero no era gastarlo para ir al teatro; comer en casa de “El chico de la blusa”; comprarse unas buenas botas o hacer algún gasto. No, nada de eso. Disfrutar del dinero era tenerlo bien guardado en la cómoda y sacarlo de vez en cuando para olerlo. Mirarlo y remirarlo y contarlo cien veces. Eso era para él disfrutar del dinero. Porque si compraba todas esas cosas se quedaba sin él y ya no podía disfrutarlo. Pensaba, que en el teatro tiraba el dinero, porque una función era quitare dos o tres horas al sueño o al trabajo, para ver a cuatro inútiles hacer cucamonas que provocaban las risas de unos tontos, que se desternillaban de ver sus gestos y oír sus estúpidas palabras, pero que a él, ni puñetera gracia que le hacían. En cuanto a comprar unas botas, él tenía unas de media caña más de diez años, que le había puesto medias suelas el zapatero, y aunque tenían unos pelados de nada en las punteras, las lustraba con grasa de cordero y quedaban muy bien. Y comer en casa del “Chico de la blusa”, lástima dinero, porque con tres pesetas que costaba allí un “dinar”, compraba él bacalao inglés en el mercado y estaba comiendo arroz con bacalao y espinacas que cogía en su huerta, dos semanas. ¡Que no! Que el dinero era para tenerlo en casa y “disfrutarlo”.
Para el día de San Isidro, que es el quince de mayo, su trigo estaba adelantado respecto al de sus vecinos y bueno para segar. Pero él, esperaría unos días más. Esperaría que los segadores del contorno terminaran con todas las mieses del vecindario, y entonces, al no tener a donde ir, le segarían el suyo y les rebajaría cuatro o cinco duros. De esta manera cuando los hermanos Baesses, que eran tres mocetones y buenos segadores, fueron a ofrecerse para hacerle la siega, les regateó tanto, que desistieron y marcharon a sus casas a esperar unos días a que otros campos vecinos se pusieran en condiciónes de recolección.
-Yo puedo esperar- decía para sí Manauel. -Y cuando ya no quede siega por ahí, vendrán esos desmayados y me lo harán al precio que yo quiera-.
Así pues, los hermanos Baesses esperaron unos días y segaron cebadas y trigos en los campos vecinos, mientras que en los trigales de Manauel, las doradas y reventonas espigas se doblaban al sol, ya más que en sazón de ser recolectadas. Y llegó un día en que en los campos sólo se veían rastrojos y las eras, todas se hallaban en plena actividad de trilla, mientras que el trigal de Manuel permanecía a la espera de la hoz del segador. Y ocurrió al fin lo que Manauel había dicho, que aquellos “desmayados” hermanos Baesses fueron a segar su campo y aceptaron lo que les ofreció el tacaño, porque más valía segar barato, que estar en casa con los brazos cruzados. Así que, hecho el trato quedaron en comenzar la siega a la mañana siguiente.
Manauel se acostó aquella noche contento porque al fin, había ganado en la batalla económica, pues aunque sabía que el trigo tan seco, al segarlo caían algunas espigas al suelo, él se disponía a seguir a los segadores en calidad de espigador y no se perdería una sola espiga; o a lo sumo, si se cansaba, le daría dos reales diarios a una moza para que las recogiera.
Se acostó temprano porque a la mañana siguiente, nada más amanecer sabía que estarían allí los segadores y él, quería supervisar el trabajo, no fuera que le dejaran un rastrojo de dos palmos. Y nada más cenar, se fue a la cama contento y feliz. Pero ironías del destino. Serían como las tres de la mañana, un trueno terrible le despertó sobresaltado. Se levantó de un salto y fue a abrir la ventana de la habitación para ver qué ocurría, y al abrirla, ¡ho! Desgracia y desolación: estaba diluviando.
Se me revolcará el trigo- Exclamó. Algunas espigas se pudrirán y, cuanto costará de segar-. Me pedirán el doble ¡Ay! ¡Ay! ¡Dios mío! Y en esto fijándose bien en lo que caía del cielo, vio con espanto que era granizo: una fuerte granizada asolaba sus trigales.
En efecto, estaba granizando y destrozando su cosecha de trigo; y agarrándose a la ventana para no caerse al suelo, comenzó a llorar amargamente. Lloraba aquel que se reía de todos, pero la granizada le había tocado el alma. Por eso lloraba, porque Manauel tenía el alma en la cartera.
Soy un ruin tacaño- dijo sordamente. Qué más me daba a mi cuatro o cinco duros arriba o abajo? Era un tacaño, lo reconocía, pero este reconocimiento llegaba demasiado tarde

ISIDRO BUADES RIPOLL
Cronista de la Villa de Sant Joan
Publicado en el Boletín Lloixa 102

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Atrapada y maldita está la mujer encantada de Rojales. Y cada 100 años, siempre el día justo y a la hora justa, se despierta esta durmiente de su letargo y vaga sin descanso…
Así es nuestra leyenda.
Una de tantas historias de amor y muerte que nos apasiona a los alicantinos.
Medido con el exacto cronómetro de la historia, sale de las entrañas del monte Cabezo Soler una hermosa joven de triste leyenda.
¿Quién es esa bella princesa?
Comencemos la narración por el principio:
Un rey morisco sorprendió a su hija, una princesa de ojos azules y rubia cabellera, escapada del fantástico castillo de Cabezo Soler, en el río Segura, entregándose a los placeres del amor con un joven (moro o cristiano), ni se sabe.
Tras una pelea, el rey moro cayó herido.
En su agonía, maldijo a su hija y por arte de encantamiento hizo desaparecer el castillo y todos sus moradores.
¿Cómo se podría deshacer el terrible maleficio?
La princesa debería despertar, salir de ultratumba y ser llevada en brazos hasta el río, mojar sus pies e inmediatamente un nuevo encantamiento haría aparecer el castillo.
Por desgracia, este juego tenía que realizarse en la Noche de San Juan… una vez cada 100 años.
Y por desgracia, el espiritu del mal haría lo posible para que la doncella no llegara al río.
El hombre que ha de portar en brazos a la princesa, asustado y agotado, nunca consigue llegar a su destino, por lo es maldecido : «morirás con la lengua fuera al amanecer».
Y los habitantes de Rojales, incluso los más osados , la Noche de San Juan que cumple 100 años, tiemblan y no se atreven a ir al Cabezo Soler.
Y aunque la tradición dice que esa noche hay que ir al monte a encender hogueras y saltar sobre ellas, muy pocos se atreven.
E incluso los más viejos de Rojales les aconsejan que no vayan, narrándoles espantosas experiencias.

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A LA LLUM DEL CRESOL
Açcò era un vell que tenia guardats en un forat de sa casa cent duros de plata. Amb eixe capital pensava passar sense problemes els íltims anys de la seus vida, quan jo no puguera guanyar-se el menjar.
Un día els nebots del l´home van trobar per casualitat el forat, i sense pensar-s´ho dues vegades es van emportar els diners. L´ancià que freqüentement anava a visitar el seu tresor es va emportar un terrible disgust en veure que els cent duros havien desaparegut.
Al dia següent el vells es va alçar com si no haguera passat res, semblava més contetn que mai, tant que anava cantant esta cançó, per tote el poble:
«Cent que en tinc en un forat
i altres cent que en posaré,
que vellea passaré «
Els nebots que van escoltar la cançó van pensar: » Si va a posar altres cent i no troba els que tenia, no els posarà. Anem doncs a tornar el diners on estaven i asina nos emportarem les doscents» Però clar, si els van a ser ràpids per tornar-los, l´home va ser més ràpid en recuperar-los, i després més content que mai cantava:
» Qui tot ho vol
tot ho perd «

>En temps d´abans quan no hi havia televisió, ni ràdio ni llum elèctrica, quan es feia fosc i la nit era molt llarga, la gent tractava d´acurtar-la contant-se «rellaixos». . . . .

A LA LLUM DEL CRESOL
En aquell temps quan els matrimonis s´arreglaven i es solia demanar la mà de la xica, havia un home de mitjana edat i situació econonòmica tambè mitjana que volia casar-se. Li van dir que en un poble veí hi havia una xica fadrina que devia de ser un bon partit per ell, i va a decidir anar a visitar els pares de la jove. Li va dir al seu criat que l´acompanyara i va advertir-lo que devia fer el següent: Cada vegada que ell parlara de les seues propietats amb falsa modèstia, el criat havia de d´exagerar el tamany de dita propietat.
Va arribar el dia de la visita i despreés de fer les salutacions i presentacions pertinents van a començar a parlar de negocis:
L´AMO: «Pos» mire jo tinc dos masets allí a Relleu. . .
EL CRIAT: Masets? Masots! Masots!
L´AMO: També tinc dos casetes al poble. . .
EL CRIAT: Casetes? Casotes! Casotes!
L´AMO: Tinc També uns bancalets d´horta. . .
EL CRIAT: Bancalets? Bancalots! Bancalots!
L´AMO: L´ùnic defecte que tinc és que estic un poc curt de vista. . .
EL CRIAT: Curt de vista? «Cego» del tot!

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Una de las tradiciones más curiosas en nuestra provincia es la de poner en contacto al apóstol San Pablo con Santa Pola (foto 1).

Muchos historiadores han sido partidarios de aceptar la predicación del santo en tierras hispanias, basándose en un fragmento de su “Carta a los Romanos”, capítulo 15, versículos 22 y siguientes: “las más de las veces ha sido eso precisamente lo que me ha impedido ir a visitaros; ahora, en cambio, no tengo ya campo de acción en estas regiones, y como hace muchos años que siento muchas ganas de haceros una visita, de paso para España (…), porque espero veros al pasar y que me facilitéis el viaje; aunque primero tengo que disfrutar un poco de vuestra compañía”
Supuesto que San Pablo emprendiera el viaje (lo que es más que posible), hubo de hacerlo por mar, que era más cómodo y rápido amén de más seguro pues en los dos primeros siglos de nuestra era el Mediterráneo occidental era un lago romano, sin problemas de piratería.
De ahí el que pudiera haber tocado tierras Santapoleras, sobre todo si pensamos que en sus viajes de misión siempre se dirigía a los judios, de la presencia de los cuales hay noticias de época romana imperial. Incluso cuando se creía que la basílica de “Ilici” había sido una sinagoga, reaprovechada para el culto cristiano, había aún más argumento, ya que Santa Pola tenía el apelativo de “Portus Ilicitanos”, el Puerto de Elche.
El viaje de San Pablo habría sido en el año 63 de nuestra era… y hay textos muy antiguos que afirman su presencia: así, Clemente de Roma, que fue pontífice, el segundo después de San Pedro, afirmó “Pablo murió decapitado en Roma después de haber pisado el confín de Occidente”. Lo que equivale a decir que estuvo más allá de las columnas de Hércules.
Siempre nos quedaremos con la duda de si el apóstol Pablo predicó por estas costas o no. Pero lo que sí resulta bastante evidente es que los primeros indicios tangibles de comunidades cristianas en Santa Pola son muy posteriores, del siglo IV después de Cristo. Tenemos dos explicaciones posibles aún aceptando la predicación paulina: que diera poco fruto y el apóstol regresara a Roma, o que creara comunidades cristianas que pasaran desapercibidas en la historia.
Como siempre ha sido famoso el fervor con que los cristianos se entregaban al martirio, nos inclinamos, por tanto, por la primera posibilidad.
Aunque, con el cabeza encima de los hombros, las dudas sobre la venida real de San Pablo a Hispania nunca dejará de ser una de tantas leyendas.

>El siglo XVI no fue muy bueno para el Reino de Valencia.
¡Desde luego que no!
Comenzó con pestes, sublevaciones de «agermanats» y acabó con la expulsión de todos los moriscos.
El año 1520 fue especialmente horrible.
Una inmensa plaga de peste negra y una amenaza de desembarco de piratas berberiscos hizo temblar y tambalearse al propio Reyno de Valencia. Ocasión ni pintada para que los plebeyos desataran sus iras contra los nobles… eternos culpables de todo.
«La pompa de ellos conmovió gran parte de la gente plebeya a que se agermanase, y la fama de la nueva germanía corrió por todo aquel reyno».
La mayoría de las villas valencianas, entre ellas Cocentaina, se puso al lado de los «agermanats».
Pero, ¿y su bella virgen?
¿Con quién estaría?
Con el pueblo, por supuesto.
La Mare de Deu de Cocentaina lloró, como no podía ser de otra manera, junto a su pueblo.
Cuenta la leyenda, que la tabla dónde está la imágen de la Virgen fue pintada por el propio San Lucas.
¿Por qué no?
Y que fue un regalo del papa Nicolás V al primer conde de Cocentaina, Ximés Pérez de Corella, por su defensa de los Estados Pontificios contra Francesco Scorza.
Así sucedió el milagro: en la mañana del 19 de abril de 1520, Mossen Onofre Satorre halló el cuadro cubierto de lágrimas de sangre mortecina.
No una.
Ni dos.
Ni tres.
¡Veintisiete lágrimas!
La Virgen se ponía, de este modo, junto a los afectados por la peste.
Desde entonces, el pueblo la nombró patrona. Y la llamaron «La Mare de Deu del Miracle».
El 19 de abril, un año tras otro, Cocentaina sonríe a la Virgen.
27 «fogueretes» se queman delante del Convento de Clarisas que conserva la imágen.
Procesión, ofrenda de flores, desfiles y el «socarrat» dirigiendo la súplica al cielo.
¡Ay….!
¡Qué bonitas son las tradiciones!

>La triste historia de la expulsión de los moriscos de tierras alicantinas, dio lugar a una leyenda que, como todas, tiene su parte de verdad y su parte de fantasía.La parte verdadera quedó inmortalizada en el nombre de una hermosa montaña alicantina, “El Cavall Vert”.
El 29 de septiembre de 1609, Felipe III dictó el decreto de expulsión de los moriscos, como vimos en ESTE enlace. Previamente, habían desembarcado en nuestro puerto los tercios de Lombardía, Flandes y Nápoles.
El general de campo, Agustín Mejía, ordenó al capitán Diego de Mesa que fortificara las poblaciones de Pego, Perpuchent, Alcalá, Gallinera y Ebo, con el fin de que estos moriscos quedaran aislados de los rebeldes de Alahuar, Jalón, Castell y Guadalest.
Se intentó pactar con ellos, pero ante las negativas moriscas, el 15 de Noviembre se dio la órden de atacar.
Al mando de los insurrectos estaba un antiguo panadero, llamado Amed Al Melleni. Como tantos otros moriscos, ni aceptaba ni entendía por qué debía abandonar la tierra donde su extirpe llevaba 900 años, donde reposaban sus mayores, donde le vieron nacer y la tierra que trabajaba.
Melleni (como ya hiciera 350 años antes Al-Azraq) convocó a todos los moriscos.
Tras una encarnizada lucha, los moriscos se vieron obligados a remontar la Vall de Laguar.
Primero cayó Fontilles, y retrocedieron para guarecerse en el último reducto:el Castell dePop, fortaleza emplazada en uno de los picos del “Cavall Vert”.
El 21 de Noviembre, se rindió definitivamente este castillo.
¿Qué sucedió, os preguntaréis?
Con esta cuestión, dejamos la historia para adentrarnos en la leyenda.
Leyenda, por otra parte, inventada por los cristianos para mitigar la matanza brutal de moriscos.
La cresta de la montana del “Cavall Vert” tiene forma de silla de montar. Cuentan que Melleni, su familia y sus seguidores, desesperados, subieron a la silla del Cavall (precipicio de 800 metros de altura). Allí otearon el horizonte infinito, con la esperanza de que llegara por lontananza el caballo volador venido de Oriente.
Por desgracia, la esperanza “verde” no llegó jamás, y los moriscos, antes que entregarse, se arrojaron por el inmenso precipicio.
La cuestión es que Vall de Laguar y sus hermanos Alcalá, Gallinera, Ebo, Forna y Pop eran auténticos baluartes contra la reconquista cristiana. Jaime I tuvo una constante batalla contra las sucesivas revueltas. La batalla definitiva del 21 de Noviembre de 1609 fue tan importante para los cristianos que el arzobispo de Valencia, Juan de Rivera, instituyó la procesión que conmemora el acontecimiento.
Tras la expulsión, el valle se quedó vacio. Los moriscos habían mal-vendido sus pertenencias para llevárselo en metálico. Quedaron nada menos que 180 casas deshabitadas que fueron repobladas más tarde por mallorquines.
Pero no todos fueron expulsados.
Algunos pudieron quedarse para mantener las tareas agrícolas de la zona.
También los niños. Ellos gozaron de libertad para elegir su destino.
Así consta en el archivo de Pego. Un documento del 19 de diciembre de 1609 anota lo siguiente: “Pego te dos chiques, la una de 11 anys y l´altra de 4, Chaume Mestre, un chiquet de mamella, altre de 11 anys y altre de 7….”
Y así, sucesivamente, hasta un total de 71 moriscos.
Para ellos, el “Cavall Vert” si había llegado a salvarlos.
Enlaces Relacionados: El Tesoro del Castillo de Pop